martes, diciembre 29, 2009

Historias familiares

Siempre es fabuloso poder escuchar las historias familiares en voz de los abuelos. Aunque algunos recuerdos puedan ser vagos o confusos, muchos son inmensamente valiosos; para mí son importantes porque me permiten comprender de dónde vengo, y encontrar sentido a muchas cosas que a veces suceden en la familia.

Yo sabía que existía una foto de mi bisabuelo (papá de mi abuela Georgina), y quería conservar una copia o lo que fuera. Así que pensé en tomar una foto, aprovechando la nueva camarita; le pedí a mi abue que me la prestara un momento. No fue necesario preguntar mucho... Tan sólo preguntar por la imagen causó una reacción en cadena que me pareció hermosa: comenzó a contarme parte de su historia.


Él es mi bisabuelo, Eduardo Salcedo, oriundo del Puerto de Veracruz. Tenía veinte años (es el año 1914) y ya tenía un grado en el ejército. Lo interesante del asunto es que fue carrancista. Mi abuela me cuenta que a Carranza le decía "mi viejito"; y al parecer también conoció a Villa y a Zapata. La cosa no terminó muy bien: en una ocasión tuvo que cuidar la celda de unos tipos que les decían "del carro gris" (al parecer, unos ladrones famosos e
n aquella época), ¡pero el abuelo se quedó dormido! Al darse cuenta de la fuga de aquellos, huyó y desertó.

Pasó el tiempo, y a los treinta y tantos conoció a mi bisabuela, Teófila Berthely (que tenía 15 años) y, como era costumbre, se la llevó. Con ella tuvo seis hijos, mi abuela es la segunda de todos ellos (y la más aguerrida, je). Teófila murió a los 29 años, por complicaciones de un parto.

Georgina Salcedo a la edad de un año.
Al fondo, el Malecón del Puerto de Veracruz.
(1931)


¿Qué sucedió después con los niños Salcedo? Bueno, ahora sé que la infancia de mi abuela no fue fácil. Después de la muerte de su esposa, mi bisabuelo Eduardo se metió en el alcohol, dejando durante el día a sus hijos en un pobre cuarto, para regresar por la noche completamente tomado. La niña Georgina tuvo que trabajar limpiando cocinas por 8 centavos, y con eso comprar café, azúcar y camotes para alimentar a sus hermanos; en ocasiones un vecino, que era cazador de tortugas de carey, mandaba a su mujer para que les cocinara la carne de dicho animal y pudieran comer algo.

En ese entonces -década de los 30's-, existían en la ciudad de Veracruz un hospicio (actualmente, el museo de la ciudad), lugar a dónde fueron llevados los niños Salcedo por su padre, gracias a la recomendación de una conocida. Ahí vivieron el resto de su infancia, junto con otros chiquillos, hasta que Georgina cumplió 18 años.

Me impresionó su firme decisión de no regresar a su tierra, al menos no para vivir ahí. Sus palabras: "Sufrí mucho en Veracruz, por eso no quiero volver".

Ahora que vuelvo a mi realidad y reflexiono acerca de las vivencias de mi abuela, comprendo mejor su manera de ser: carácter fuerte, mal hablada (no olvidar que es jarocha, je), que ante las situaciones que le parecen injustas responde y se queja (aunque no siempre sea la mejor forma), siempre buscando proteger (o sobreproteger) a los suyos, y dispuesta a defenderlos a capa y espada... Ella es la madre de mi madre, próxima a cumplir los 80 años.

La quiero. En serio, la quiero. Pero también deseo que algún día pueda ver que, aunque su vida ha sido difícil, Dios la ha sustentado (el tema de cómo salió adelante la familia Vilchis, da para otra entrada en el blog).

No sé cuanto tiempo más el Señor me permitirá ver a mis abuelos. Pero agradezco que pueda tenerlos y escucharlos cuando recuerdan su vida; también agradezco que, a través de ellos, Dios me trajo a este mundo.

2 comentarios:

  1. Wow... vaya historia!!
    Gracias a Dios por tu abuela y La Fidelidad de Dios con ella, de quien nació tu mami. :-)
    Gracias por compartirla, querida amiga.
    Un abrazo.
    Y quiero decir públicamente que tu testimonio me ha desafiado... éste fin y comienzo de años la pasaremos con mis abuelos paternos (los maternos ya no viven) y yo estoy molesto por la decisión... (ya te contaré el contexto); pero en ésto valoro también a mis abuelos y sus historias difíciles en la sierra hidalguense y en la pobreza postrevolucionaria.
    Iré con mejor ánimo y con un abrazo fuerte para ambos bellos ancianos.
    ¡¡Hasta pronto!!

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  2. Hermoso testimonio, muchas veces, o la mayoría de ellas, nos desconocemos a nosotros mismos y a los nuestros, siempre, conocer la vida de los nuestros, padres y abuelos, cuando se puede, resulta sorprendente, díficil, hermosa, fantástica y nos ayuda a entender el carácter de las mujeres y hombres que se sentaron alguna vez a compartir la mesa con nosotros. Cuando sabemos los años y las tareas que ocasionaron que un par de manos se vean cansadas y trabajadas aprendemos a valorarlos más. Definitivamente nuestra historia nos acompaña y está más cerca de lo que pensamos, basta mirar unas fotografías, un acta de matrimonio de los abuelos, escuchar a los viejitos contar sus historias de juventud...

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