¡Qué hermoso es cerrar los ojos para orar a Dios, y después abrirlos para descubrir que ha amanecido!
A solas al huerto yo voy
cuando duerme aún la floresta,
y en quietud y paz
con Jesús estoy,
oyendo absorto allí su voz.
Él conmigo está,
puedo oír su voz,
y que suyo, dice, seré;
y el encanto que hallo
con él allí,
con nadie tener podré.
Tan dulce es la voz del Señor,
que las aves guardan silencio,
y tan sólo se oye
su voz de amor,
que inmensa paz al alma da.
Con él encantado yo estoy,
aunque en torno llegue la noche;
más me ordena ir,
que a escuchar yo voy,
su voz doquier la pena esté.
Austin Miles.
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