martes, julio 05, 2011

Mi padre

Con mi papá y "Astro". (ca. 1990)

Tengo esa peculiar sensación en mi garganta, un "nudo". Hace unos minutos, metida en mis propios pensamientos, surgió el recuerdo de mi papá. No es fortuito, ayer la asistente de dirección de mi servicio social me platicaba sobre sus planes de estudiar la universidad abierta, "cómo me gustaría que viera esto mi papá, pero sé que ahora está con el Señor", me compartió. Fue difícil sonreír.

Mi papá falleció hace tres años, en enero. Fui la última que lo escuchó, fui la última persona con la que platicó; se despidió de mi. Aunque yo quería negarlo, en el fondo sabía que él se estaba muriendo, sus ojos lo decían. Y en esa última charla me dijo que él no creía en Cristo ni en la iglesia; él era seguidor del pensamiento druida. En ese tiempo yo dije que estaba bien, porque tampoco creía en Jesús. Ahora entiendo las consecuencias de esa decisión.

No es fácil enfrentar esta realidad, resulta un revoltijo de sentimientos y pensamientos. En días como este -que lo recuerdo mucho- mi corazón siente una gran carga. ¿Por qué nosotros sí, y él no? ¿Por qué yo sí y el no, Señor? No hay respuesta. Sólo el suave calor de la gracia, porque veo que yo no hice nada para merecer la salvación, ¡NADA! Por su gracia, su bendita gracia, es que puedo decirle "Padre".

No soy mejor persona que mi papá. Me encontraba en la misma situación de perdición antes de conocer a Jesús: viviendo alejada de la voluntad de Dios, tomando decisiones pensando que era dueña de mi vida y de mi cuerpo. No fui -no soy- mejor que papá. Tengo la misma necesidad que él tenía de Cristo; pero ahora yo tengo vida.

A veces no es sencillo escuchar que otros amigos cuentan que sus padres creyeron por su testimonio; o que sus padres sirven en la iglesia junto con ellos; o que oran y leen la Biblia juntos. Pero no me lo tomen a mal; doy infinitas gracias al Señor que tienen a sus padres y que siguen a Dios, porque sé que lo contrario duele.

También recuerdo las cualidades de papá: era muy trabajador, los fines de semana se sentaba en su escritorio con dos o tres computadoras prendidas, programando y navegando en internet; siempre que teníamos preguntas nos mandaba a leer y a investigar, y yo me quejaba, jeje, porque tenía que hacer un esfuerzo; pero por ello aprendí a indagar un poco por mi cuenta. Gracias a él me familiaricé con los libros y los libreros enormes, porque le gustaba mucho leer -y a veces compraba libros de más-. Le gustaba la música clásica: Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi... también la ochentera y la disco. Me quería mucho, muchísimo; decía que lo noble lo había sacado de él y creía que podría ser una gran mujer. Le gustaba mi preocupación por los demás, me animaba a seguir mis anhelos.

¡Cómo me gustaría decirle que soy misionera estudiantil! Decirle que creo firmemente en la esperanza de Jesús, que estoy convencida de que Él es el camino, la verdad y la vida... Me gustaría tanto platicarle de los estudiantes, de mis exámenes de teología, de lo que descubrí en mi devocional en la mañana; ¡cómo quisiera que estuviera aquí para hablarle de Jesús! Pero no es así, lo perdí.

¿Cómo es que sigo en el camino? De nuevo lo digo: por gracia. Me han dicho que no piense así, que no diga palabras tan severas respecto al destino de papá. Pero no soy yo quién las dice, es Dios. Él es claro en su Palabra. Punto. ¿Cómo es que puedo creer en esto? Gracia. ¿Duele? ¡Por supuesto que me duele! No soy indiferente ante el destino eterno de mi papá. ¿Cómo puedo seguir a Jesús a pesar de eso? Gracia.

No logro entender por qué fue así. La verdad es que jamás lo voy a entender. Sólo sé que esa noche -la más fría de mi vida-, en el hospital, oré por primera vez a Dios. Le dije: Sé que no estoy bien contigo, pero si es tu voluntad que mi papá viva, por favor, que no tenga secuelas y pueda trabajar; pero si es tu voluntad que él muera, llévatelo. No quiero que él, ni mi hermano ni yo sigamos sufriendo esto. Llévatelo, y yo no te reclamaré nada". Una hora después, el médico me llamó para decirme que papá iba a morir. Entendí que era la respuesta a mi oración. Supe que Dios estaba allí, y no reclamé nada.

Fue la muerte de papá la que me llevó a buscar a Dios, aunque después seguí mi vida "normal"; fue hasta diciembre que me convertí a Jesús. Estaba por cumplir un año de haber quedado huérfana de padre, ¡y el Padre me adoptó! Aunque papá no está, tengo un Padre, que no me dejó huérfana para siempre. "Estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo".

No sé que más escribir, je. No puedo prometer que me dejará de doler, que dejaré de llorar y que dejaré de sentir pesar; soy humana y perdí a mi papá. Pero tengo la certeza de que cada vez que vuelva a sentir esto, mi Padre estará allí para consolarme y para recordarme que no me ha dejado, que entiende mi dolor porque también es suyo. Sé que aunque toda mi vida sentiré la pérdida de papá, toda mi vida -y más allá de ella- mi Padre me recordará que soy su hija y que no estoy huérfana.

4 comentarios:

  1. Amiga, te abrazo con gratitud al Señor porque nos permite conocerle y servirle juntos; y lloro contigo; pero también me alegro contigo.

    M.

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  2. Ada, gracias por abrir tu corazón con nosotros, al leer se puede sentir muchas emociones, pero sobre todo resalta la convicción de caminar por gracia... me hiciste voltear a ver a los de mi casa, pensar... orar...

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  3. wow ada, tremendas afirmaciones.
    gracias por compartirlo, recuerdo que algo de esto platicamos en campus k y otras mas cosas...

    miro tu confianza en el padre! abrazos!

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