domingo, febrero 17, 2013

Sintiendo a Filemón

En la obra de teatro en la que estoy participando represento a Filemón. En general, casi no se habla de él en las iglesias, lo que resulta curioso porque la carta que le escribió Pablo es muy corta, pero sumamente compleja.

Es una carta personal, pero que debió ser leída frente a toda la iglesia que se reunía en la casa de Filemón. ¿Qué tiene de especial? Pues que el apóstol encarcelado le presenta una petición poco fácil: recibir de vuelta a Onésimo, un esclavo que se escapó posiblemente tomando algo que no era suyo (dinero, algún objeto de valor... no lo sabemos con precisión). Y no sólo se trataba de recibirle, había que hacerlo como se recibe a un hermano en Cristo, pues él había escuchado del evangelio y convertido al Señor.

¿Por qué era poco fácil? ¡Porque había muchas cosas en juego! En esa época, los esclavos eran propiedad de algún padre de familia, y aunque el tipo de esclavitud era diferente a la que se aplicó a los africanos, sí debían obedecer a un señor. No tenían voluntad ni derechos ni propiedades, eran considerados como menores de edad. Que uno se escapara era grave, y más si el resto de los esclavos seguía su ejemplo. Su dueño podía disciplinarlo en caso de que alguien lo regresara.

Pero aquí hay algo diferente: Pablo le dice a Filemón que Onésimo es ¡su hermano en Cristo y que debe recibirlo! Me imagino que Filemón creyó que Pablo era un manipulador, o tal vez pensó algo así como "¡¿Qué?! ¿Tienes pulgas en la azotea? ¡Túmbate el rollo Pablo! Mi reputación en mi casa y en mi comunidad están en riesgo; y ¿qué pensarán los demás esclavos? ¡Querrán imitarle al saber que lo recibo sin disciplinarlo!". Así es, no era simplemente decirle a Onésimo ¡pásale, estás en tu casa!, implicaba perdonarle y recibirle sin remordimiento ni afán de venganza... ¡a pesar de lo que estaba en juego!

Poniéndome en los zapatos de Filemón imagino que, después de leer la carta (recordemos que fue frente a la iglesia de su casa) se quedó estupefacto, pidiendo esquina o diciendo que necesitaba consultarlo con la almohada. No hubo respuesta inmediata, salvo mirar a Onésimo con cara de no me hables, no me mires, necesito espacio. Tal vez tuvo que salir al parquecito más cercano para darle unas veinte vueltas corriendo... el caso es que necesitó tiempo, necesitaba vivir el proceso de perdón y reconciliación guiado por el Señor.

Yo misma me he sentido así: vas feliz por la vida y ¡zas! Te topas con esa persona, cuya relación se fracturó hace un tiempo; y en realidad, hubieras preferido que no se apareciera de nuevo imaginando que nunca pasó nada. Pero así no funcionan las cosas con Dios: hace falta perdonar y reconciliarte; así como Cristo nos reconcilió con Dios.

Y saber de Filemón y su proceso me anima y me da esperanza porque significa que no soy la única que ha tenido ese sentimiento entripado, esa lucha interior en la cual tus ganas de darle la vuelta al asunto se enfrentan al amor de Cristo que te demanda perdonar. Vaya, que veo que no es fácil pero tampoco imposible.

Seguro que Filemón sí recibió a Onésimo, sino ¿cómo podría haberse conservado esa carta hasta nuestros días?

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