martes, mayo 14, 2013

Me creí muy adulta... ¡y me recordaste que debo ser niña!


Lo que agrada a Dios de mi pequeña alma 
es que ame mi pequeñez y mi pobreza. 
Es la esperanza ciega que tengo en su misericordia.
Canción "Lo que agrada a Dios" de Luis Alfredo Díaz


Ahí estaba yo en nuestro café, bebiendo un frappe, lista para hablar seriamente contigo. Las circunstancias, las emociones y las incertidumbres me hicieron creer que era momento de poner el asunto sobre la mesa. Me creí muy adulta, capaz de hablar contigo como tal y de escucharte de manera formal y obediente.

Y ahí esta yo leyendo la Biblia, como esperando recibir una iluminación especial o una comprensión extraordinaria del pasaje. Hasta empecé a escribir en unas hojillas que arranqué de mi libreta de inglés. Sí, así estaba yo: muy arregladita y preparada, como si fuera una mujer adulta que sabe bien qué hacer.

De repente, ¡paf! Deshiciste mi esquema, desbarataste mi postura, sacudiste mi entendimiento. Apuesto que hasta te reíste de mí. Sí, te imagino sonriendo al mirarme, diciendo ¿por quién me tomas? ¡debes estar bromeando al comportarte así!

Y fue justo el salmo 23 en voz de un extraño. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Me ubicaste en aquellos días de noviembre, cuando aprendí que soy una ovejita que cuidas con amor y ternura, que me abrazas y te preocupas por mí. Descubrir esa relación que tenemos ambos me humilló y me conmovió hasta las lágrimas; lágrimas llenas de gratitud por entender que Tú no eres ajeno a mi vida entera y que sólo me toca abandonarme y descansar en Ti.

Llegué a esa café pensando que yo te encontraría. ¡Pero fui Yo quien te encontré antes! ¿Lo ves? ¡Rompiste todo mi plan! ¿Quién encontró a quién en ese café? ¡Por supuesto que fuiste Tú quién me encontró, y lo sigues haciendo día a día!

No tengo que comportarme como una adulta, ¿verdad? Soy libre de ser niña, aquella que encontraste jugando con harapos sucios hace poco más de cuatro años. La misma pequeña que corrió a tus brazos cautivada por el amor, el perdón y la compasión expresada en una Cruz. Esa niña que sigue haciendo preguntas de las cosas que no entiende y que a veces se tropieza, llora, se enfada o patalea por aquello que no tiene o no puede hacer. ¡Me liberaste para ser quién soy: una pequeña vulnerable y dependiente de Ti!

Entonces, dejé de escribir. Dejé de pensar. Simplemente seguí disfrutando el frappe y las galletitas, abandonada en Tu ternura. Renuncié a mi papel de adulta y volví a ser niña.


No hay comentarios:

Publicar un comentario