viernes, mayo 20, 2011

Decepción y Consuelo


Llegué a nuestra cita cabizbaja. Aún tenía esa sensación de decepción y desilusión. No entendía lo que sucedía. Simplemente pensé: "por favor, quítalo". No tenía idea de qué decirte, sabía que era consecuencia de mis errores, de mis propias ilusiones sin fundamento, de mis idealizaciones. En el fondo de mi corazón estaba consciente de que tenía que confesar que tu lugar había sido usurpado y yo lo había permitido. ¡Qué horrible!

Primer suspiro.


Abrí mi diario -nuestro diario. En su portada se leía Proverbios 3:5-8, mis ojos se centraron en lo siguiente:  
Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.
¡Lo harías! ¿De verdad? Eso es gracia: a pesar de desviarme, de seguir otros senderos, Tú enderezarías mis pasos.

Segundo suspiro.

Recorrí sus hojas y me encontré con esas palabras que me animaron tanto hace un mes:
Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. Isaías 44:22
¡Oh, cielos! Me decías "regresa ya, por favor". Lo que en el fondo ya sabía, me lo estabas confirmando: tenía que confesar y arrepentirme, volver. Me estabas esperando, conocías que estaba triste y esperabas que corriera a ti, como la pequeña niña que soy. Te encontré con los brazos abiertos y una expresión de ternura en el rostro. "Ven, pequeña, regresa a mí".

Tercer suspiro.


Seguí avanzando por nuestro diario, con más confianza y menos temor; y encontré esa oración que tanta paz me había dado hace un par de semanas:
En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Salmo 62:1
¡Chispas! No pude evitar dejar caer mi cabeza sobre la mesa. ¿Qué había aprendido esa vez que lo leí? ¡Qué sólo en ti estoy completa, tranquila, en paz! ¿Qué me pasó entonces?

Además, durante este recorrido rápido, me presentaste los proyectos y sueños que me habías mostrado, aquellos que tanto me emocionaron, desafiaron y entusiasmaron. "Regresa a mí, hija mía".

Confesión para el consuelo.


Te lo dije, te lo escribí. Te pedí perdón, y rogué que me restauraras, que me regresaras al camino.

Y respondiste mi oración. Me consolaste, me recordaste que siempre estás conmigo, porque tu Espíritu mora en mí y me lleva a buscar tu voluntad y obedecerla. Jamás me dejaste ni me dejarás huérfana, tú mismo lo prometiste.

Y hoy, de nuevo sentí tu consuelo. Lo recibí como agua en tierra seca. Me acurruqué en tus brazos, agradeciendo que me sigas permitiendo ser parte de tu propósito. Suspiré profundamente, y por mi corazón corrieron lágrimas de gratitud.


Endereza mis veredas, Padre; guíame a la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario