jueves, abril 18, 2013

En el camino

Señor,

Vamos caminando juntos. Tú me miras, yo miro mis pies y cómo se mueven uno tras el otro, dando pasos. Yo pienso las preguntas que me asaltan cada mañana antes de levantarme, y tú sonríes. Me conoces lo suficiente como para saber que en el fondo de mi corazón sigo sintiéndome como una niña pequeña descubriendo el mundo.

Señor, caminas conmigo. Siempre. No importa lo que yo sienta, o lo que mi imaginación traicionera quiera hacerme creer: siempre vas caminando conmigo. Ya sea que vaya por Zacatenco o por Reforma, ahí vas conmigo cruzando las avenidas, los corredores y los jardines; disfrutando los árboles, escuchando los gorriones o admirando el cielo de esta inmensa ciudad. 

Señor, camino contigo. Quizá no siempre. Te confieso que no siempre es fácil, ni sencillo, ni simple. Seguir tus pasos a veces me requiere abrir la zancada, a veces ir más lento, a veces correr aunque mi condición es pésima. Caminar contigo siempre resulta un desafío y una confrontación: al conocerte más me conozco a mí misma y entiendo que tengo mucho por aprender, mucho por renunciar, mucho por negar. ¡Pero en verdad lo intento, en verdad procuro hacerlo! Lo sabes Señor. Tú sabes que te amo.

Señor, me fascina caminar. No sólo como práctica cotidiana para trasladarme de un lugar a otro, también porque he descubierto ese espacio para la conversación, para el silencio, para observar, para reflexionar... Para descubrirte en los pequeños detalles comunes que ya pocos tienen en cuenta. Para ser quien soy sin temor al juicio o a la crítica, para ser sincera contigo. A ti también te gustaba caminar en las aldeas, entre las personas, con tus discípulos, ¿no es así? ¡Sabes de qué te hablo!

Señor, sabes que quiero caminar aunque a veces los pies duelan. No siempre entiendo la ruta que me marcas, ¡a veces ni siquiera sé qué hay unos metros delante! O peor aún: a veces sí sé que es lo que hay enfrente y me niego a avanzar. Pero en el fondo del corazón, de mi ser, quiero caminar. Ya llevamos cuatro años caminando así; y a cada encrucijada que llegamos y que no dices claramente dónde sigue el camino, puedo sentir el mismo temor por tener que decidir. Como ahora, que estoy mirando los diferentes caminos posibles, alzando el cuello desde la orilla, tratando de visualizar lo más que se pueda y verificar qué tan bueno puede ser. Pero estoy miope y tengo la vista cansada... ¿no podrías darme más pistas?

Señor, gracias porque me encontraste en el camino y me invitaste a caminar contigo. Gracias porque esa permanencia en el camino no depende de mi sentir o de mi imaginación: depende de ti. Gracias porque el trayecto venidero tú lo conoces y te quedas conmigo para transitarlo ¡porque tú quieres que yo lo transite! Gracias porque eso me da confianza y me anima a dar los pasos necesarios en medio del temor y el miedo.

¿Quieres que caminemos un rato, Señor?


No hay comentarios:

Publicar un comentario