miércoles, abril 17, 2013

¡La Biblia no es propaganda!

Estoy leyendo un libro cuyo título llamó mucho mi atención: Cómete este libro. La idea que desarrolla Eugene Peterson aquí es que la Biblia no sólo debe leerse: debe comerse. Es decir, debe ser meditada pero no como un ejercicio espiritualoide que nos haga levitar, sino meditarla con todo: boca, dientes, garganta, articulaciones, brazos, piernas... Es decir, la meditación bíblica implica obligadamente asimilar la Biblia y su mensaje, así como nuestro organismo y sus células asimilan los alimentos que comemos diariamente.

En lo poco que llevo de lectura, he encontrado cosas bien interesantes que me obligan a detenerme, hacerme preguntas y ser honesta conmigo misma: ¿cómo leo la Biblia? ¿cómo enseño a otros a leerla? ¿cómo he pensado que debe leerse? ¿qué consecuencias pienso/creo que debe tener en mi vida la lectura de la Biblia?

En esta ocasión quiero transcribir y compartir una porción que habla específicamente sobre la propaganda, una de las formas que le hemos dado a la Biblia (tristemente). Me sacudió la parte final del párrafo, porque menciona que la propaganda y la mera información reducen a las personas a bienes materiales... ¿hemos hecho algo así? ¿nuestra forma de comunicar y enseñar la Biblia reduce a nuestro prójimo a un bien material que puede ser usado a nuestro antojo?

Acá va la porción:

Estas palabras dichas o escritas en una metáfora de comer, son palabras que podemos libremente ingerir, gustar, masticar, saborear, tragar y digerir, y tendrán en nosotros un efecto muy diferente que lo que nos afecta externamente, sea en forma de propaganda o información La propaganda impone la voluntad de otro sobre la nuestra, intentando manipularnos hacia una acción o creencia. En la medida que somos movidos por ella, nos rebajamos como el títere en la mano del titiritero escritor/orador. No hay dignidad, ni alma en un títere. La información reduce las palabras a la condición de un simple bien material que podemos usar como queremos. Cuando las palabras se quitan del contexto original del universo moral y de la relación personal para ser utilizadas como armas o herramientas, tal materialización del lenguaje reduce tanto al que habla como al que escucha, en un bien material. (p. 25)


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