domingo, febrero 13, 2011

Re-encuentro

Qué bello y extraño día: Fue un gran sorpresa que, después de saludarme, Él me dijera "Aquí estoy". ¡Jesús, mi señor! Mis lágrimas sólo fueron de felicidad... 


La semana pasada tuvimos el privilegio de recibir la visita de Berith, una mujer noruega que ha sido misionera durante 30 años. Cuando recibí la invitación al desayuno que compartiría con el equipo local de asesores, no pasó por mi cabeza el impacto que provocaría en mi mente y en mi corazón.

Con un español muy bueno, platicó con nosotros sobre su experiencia en la obra pionera de los movimientos en Bolivia y Perú, sus viajes por toda América Latina con sus estudiantes de español, la importancia del servicio a Dios con nuestra profesión y algo un poco más implícito pero que me ha marcado: su visión de la misión.

En algún punto de la charla nos comentó que ella y un estudiante de Toluca acordaron algo: en 30 años Berith regresará (si Dios le presta vida) y él empujará su silla de ruedas para mostrarle los cambios que sucederán en México para entonces como consecuencia de la predicación del Evangelio. Eso es tener visión.

Ese entusiasmo, esa alegría, ¡esa fe! Me contagió y no tardé mucho en empezar a soñar; lo curioso es que esa visión no era exactamente de mi ciudad, fue hasta horas después que lo hice para el DF. Pero, ¿cómo podría ser? ¿cómo una simple plática generó semejante avalancha de pensamientos, sentimientos y anhelos? Ese tuvo que ser Dios.

Pueden decir que ya estoy "viendo visiones", pero no sé cómo podríamos trabajar en la misión sin un sueño que nos motive a orar, a planear, a esforzarnos en lo que nos toca, a comprometernos. Una visión que sabemos depende de Dios, no de nosotros; pero por la cual trabajamos.

Y durante los días posteriores me preguntaba si esa idea mía no habría sido producto del agua del alfalfa que consumí en la Universidad, si acaso vendría del corazón de Dios. Dude mucho en un devocional cuando leí eso de que David pensó levantar el templo, pero el Señor le dijo que no sería él sino su hijo quien lo haría, ¿acaso estaba diciéndome que mi sueño era bueno, pero no podría verlo? Dude y tuve temor, lo confieso.

Pero seguía preguntando, y guardando en mi corazón esas ilusiones, como si fueran pequeñas perlas. Y pude comprender que ese sueño no era tan descabellado porque tenía que ver con la instauración del Reino de Dios en mi país. La cereza del pastel fue hoy, mientras cantábamos himnos en la iglesia:

"Pronto viene el Rey, ¡oh sí, ven! Señor Jesús"

Lloré. Por mis mejillas corrieron algunas lágrimas, y supe que mi sueño era una pequeña parte de lo que viene, ¡y será así! No habrá más llanto, no más muerte, no más violencia, no más corrupción, no más abuso de poder... ¡La nueva Creación! Y ese canto lo entoné como oración.

Es extraño que pensara en un lugar desconocido y diferente a mi ciudad de origen; espero que pueda visitarlo algún día. Mientras, me toca orar y seguir sirviendo aquí, en dónde Dios me tiene ahora. Mientras, seguiré soñando y anhelando que Jesús venga.

¡Ven, Señor Jesús!

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